Me gustaría poder contar otra cosa, pero lo cierto es que estoy tristísima, malhumorada y que no tengo mucho que aportar. Llevo varios días por los suelos y encima las personas que más se preocupan por mí son las que peor lo pasan, con lo cual tampoco es que me sienta muy bien 😦
Estoy intentando aguantar hasta finales de abril para ver qué me dice la médica. No espero grandes sorpresas, sólo pediría que me dijese que en poco tiempo volveré a estar bien. Es verdaderamente frustrante. Me está costando un esfuerzo enorme mantenerme en contacto con la gente, porque, si soy sincera, no me apetece hablar con nadie. Intento darle la espalda al malestar, ilusionarme con cosas nuevas, pero para qué nos vamos a engañar? Estoy derrotista y me doy asco a mí misma.
El otro día me pasó algo que me hundió. Fue la cosa más tonta del mundo (vamos a ver si analizándolo lo consigo ver de otro modo menos penoso):
Charlaba con un amigo y él intentaba darme consejos para que me sintiese bien. Me decía, a ver, deja de pensar en (una cosa) y piensa en tí, piensa en tu vida: ¿Qué te apetece hacer?
-¿Cómo que qué me apetece hacer? No sé.
-Sí mujer, ¿qué te gustaría hacer?
-Es que no lo sé. Realmente no sé qué me gusta hacer ya que hace tiempo que no elijo qué quiero hacer. Me apetece hacer lo que «tengo que hacer».
-Coño! ¿Quieres dejar de pensar en los demás?
-No sé.
-Pues ya sabes. Averígualo: ¿Qué te gustaría hacer?
Recuerdo que una vez salí de una película en el cine. Llevábamos 10 minutos viéndola y yo había tenido suficiente. La había elegido el grupo, la mayoría. Yo no había votado por esa. No obstante la intenté ver con ganas pero mi estómago estaba sensible ese día.
La cuestión es que éramos un grupo grande y yo me había sentado junto a un chico que también se estaba poniendo verde, teníamos el estómago del revés.
Así que por alguna extraña razón se juntaron los planetas. ¿Nos vamos?, nos dijimos. Y así hicimos. El resto del grupo se quedó un poco pillado cuando se lo dijimos, pero era bastante comprensible. Lo mejor quizás fuese que ese día no me importó hacer lo que me apetecía.
En la sala de al lado estaban proyectando una peli juvenil de fantasía. Le explicamos al chico de las entradas y no puso pegas. Así que entramos, vimos la peli y sentimos que había sido una decisión acertada.
Al salir el grupo tenía la cara descompuesta y estaban histéricos de los sustos de la peli. Este chico y yo estábamos en armonía con el universo y experimentando la ansiada paz. De manera que nos pusimos a charlar con los otros y ver qué tal les había ido y contamos nuestra historia. Al final comprobé que todo el miedo que había tenido de hacer algo que pudiese molestar al grupo, en realidad no tenía por qué ser, cuando haces las cosas por una razón y con el respeto a los demás.
Ese día experimenté una sensación que no había sentido en muchísimo tiempo: la libertad.
El haber elegido lo que «a mí» me apetecía, el haber escuchado por una vez lo que el ánimo me pedía me hizo sentir tremendamente feliz y a la vez triste de haber visto durante cuánto tiempo me había postrado a la voluntad de una persona. (Estúpida yo).
Así que desde ese momento he intentado saber qué cosas quería hacer, incluso llegué a empezar una lista con cosas como: quiero terminar la carrera, quiero aprender inglés, quiero encontrar un trabajo, etc.
Pero a la hora de la verdad siento vergüenza ante mí misma de escribir en esa lista cosas que no sean «de provecho», sino que tengan que ver con el ocio, ya que siempre acabo considerándolas supérfluas y ridículas. Incluso cuando fantaseo con el hecho de hacer otra carrera, de empezar desde cero, aplasto mis sueños poniendo algo más razonable encima.
Me pregunto si algún día seré capaz de enfrentarme a mí misma y arriesgarlo todo para conseguir hacer lo que de verdad me gusta. Si tendré el valor de decir «esto quiero y no me importan los demás», como el día de la película.
Me siento patética.