Situaciones absurdas

Entraba al edificio y el olor le recordaba a aquellas tardes en el colegio, después de las clases, cuando, hacía 15 años, iba a aprender inglés. El olor de la lejía, la frialdad del ambiente, la vida que se adivinaba dentro de las aulas, niños que hacían actividades extraescolares, que tenían ganas de saber más, como ella…

Cuántas horas esperando al coche que vendría a por ella.

Sentada en un banco veía pasar a los niños que salían de las clases hasta que, por fín, sus padres venían y la llevaban al gimnasio o a casa. Sí, las esperas no le gustaban nada, aunque a penas eran 5 ó 10 minutos, pero las clases le encantaban, y había niños de su edad!!

El olor de la lejía le recordaba a aquello: las esperas y los amigos. Los tiempos de su niñez. De una forma extraña era feliz aquellas tardes lluviosas.

Ahora, a muchos kilómetros de allí, atravesaba los pasillos y el patio en dirección, de nuevo, a la clase de inglés. Llena de ilusión. Aquello se parecía mucho a su infancia.

Sin embargo, después de subir las escaleras, tenía que atravesar aquella puerta. Aquellas malditas puertas blindadas, capaces de resistir los golpes por el empuje del viento.

Eran resistentes. Hacían un ruido terrible al chocar, pero no se rompían: su ventanita redonda tenía el cristal atravesado por una rejilla, blindado.

No se rompían.

Tampoco dejaban pasar el viento, aquellas pesadas puertas.  Ni el ruido.

Aquellas malditas puertas no dejaban pasar el ruido. No importaba que el viento rugiese o que los críos gritasen, no se oía nada a través de ellas: ni los gritos, ni las risas, ni las carcajadas, ni las bromas, ni las mofas, ni los piropos, ni las frases atrevidas, ni las confabulaciones, ni los gritos, ni los gritos pidiendo ayuda, ni las amenazas siniestramente divertidas, ni las réplicas que argumentaban a esas amenazas, ni los pensamientos que siempre concluían que aquello era absurdo, ni los gritos pidiendo auxilio…

Joder, con las malditas puertas!! ¿Por qué las tuvieron que colocar también en el instituto de aquí? ¿O acaso en todos los institutos???

Exactamente iguales. Pintadas del mismo color, gris. Gris feo, gris sucio. Gris inhumano. Gris imbécil: que se calla y silencia.

No dejaban pasar el ruido. Ni los gritos. Ni el fuerte viento. Ni la ayuda. Nada.

Como si fuese una membrana ligada al espacio-tiempo, empuja la puerta y la atraviesa. Se enfrenta y gana, pero se siente derrotada: su sangre ahora está unos grados más fría. ¿O será la corriente? No importa, sólo es una puerta.

El pasillo la reconforta. Entra a clase un poco más triste.

5 respuestas to “Situaciones absurdas”

  1. kamechan Says:

    Yo haría una magnífica hoguera para esas puertas, tras haberlas derribado con un bazooka, claro…

  2. damadelfuego Says:

    Las malditas puertas… Gracias por tu comentario nº 100!!, Kamechan 😉

    Si conseguimos derribar las puertas silenciadoras que creamos hacia ciertos temas me daré por satisfecha y quizás deje en paz las dichosas puertas antiviento de mi instituto… Bueno, no sé, me lo pensaré XD Es que pronto son fallas, ya sabes: se quema lo que no se quiere ^^.

  3. titahellen Says:

    En mis institutos eran o verde crema pasada de rosca o verde bactericida pastel.

    Pero lo del olor es inconfundible, sin duda

  4. damadelfuego Says:

    Jajajaja, eres buena para los nombres de los colores, eh? XD

  5. Malditas puertas, me recuerdan un poco las de mi primaria, con su ojo de buey para ver adentro pero canijamente pesadas.

    Recuerdo que las habia en el comedor (era un internado donde estaba aunque sólo de medio tiempo) y por ahi se asomaba continuamente la señora que nos cuidaba, para tocar al fin un desgastado silbato y avisarnos a todos que la hora de comida habia terminado y teniamos que ir a asearnos para continuar con los talleres de la tarde…

    ¡Malditas puertas!

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